Los pioneros Valck



Prólogo para el libro "Los pioneros Valck - Un siglo de fotografía en el sur de Chile" de Margarita Alvarado, Mariana Matthews y Carla Moller, Editorial Pehuén, Santiago

Como los ríos que conforman el estuario que fluye de Valdivia hacia el mar, el presente libro, a propósito del fotógrafo Cristián Enrique Valck y sus descendientes, es una obra de afluencias. Convergen en su autoría cuatro mujeres, dos relacionadas con la fotografía, Mariana Matthews y Carla Moller, y dos vinculadas con la historia, Margarita Alvarado y Carolina Odone, quienes se distribuyen la pesquisa , la presentación y la proyección de la obra de esta familia de origen flamenco-alemán, que cruza con su documentación visual más de medio siglo de nuestra historia.
El trabajo conjunto de las autoras sobre esta sucesión de fotógrafos se despliega en las siguientes páginas a través de los textos y de la selección de imágenes que han hecho para presentarlos a cabalidad, en un libro cuya existencia se hace ineludible –como suele ocurrir en el siempre tardío abordaje de nuestro patrimonio– una vez que éste se lleva a cabo. Así, el mérito de los Valck y su registro de una parte de nuestra identidad social republicana, de la segunda mitad del siglo XIX en adelante, sólo es posible aquilatarlo a partir del mérito de las cuatro autoras en organizar y dar a conocer su obra en esta cuidada, y por cierto hermosa publicación. Los tres textos que preceden las imágenes se hacen cargo, primero, de la saga migratoria del matrimonio Valck-Wiegand y su instalación en Valdivia, y luego de los periplos de sus hijos y algunos nietos en Concepción, Valparaíso y Santiago, según el recorrido que revela Carolina Odone; de los fotógrafos en su oficio, siguiendo las fascinantes oportunidades que les va dando la incipiente técnica no obstante sus evidentes limitaciones, consignadas a continuación, paso a paso, por Mariana Matthews; y del punto de vista con que eligen y encuadran a los mapuche, los habitantes originarios cuyos territorios ancestrales previamente expropiados les han sido cedidos a los colonos, descrito finalmente por Margarita Alvarado. Para este prólogo queda entonces comentar aquello inmanente en toda obra sensible, cual es la instancia creativa, y su confrontación con el encargo específico –el retrato o el registro de un hecho– en que se sustenta la actividad de los Valck. Y la emoción del espectador de nuestro tiempo ante un pasado común con el suyo.

Mientras la pintura se liberó de su misión fidedigna en beneficio de la expresión personal a partir del surgimiento de la fotografía, ésta se somete desde un comienzo al compromiso autoimpuesto de registrar el entorno, según los cánones de turno, algo que le ha tomado mucho tiempo superar. Es sólo en los intersticios que deja el sometimiento a la imagen estereotipada del momento –definida por los telones de fondo, los objetos de apoyo y la pose misma–, y en ciertos acentos en la iluminación, donde los fotógrafos podrán expresar alguna individualidad. No es fácil separar la pauta estética o social vigente del supuesto estilo de cada uno de los Valck, por más simbióticos que ambos énfasis suelen ser. Tampoco pueden ellos sustraerse del punto de vista europeo, dominante, con el que componen y encuadran a los mapuche, colocándoles por igual ponchos artesanales y botellas de alcohol a la luz del sol, o retirando la alfombra para dejar el entablado crudo en una toma de mujeres indígenas, ante el mismo telón de fondo que respalda otra toma de mujeres blancas. Casi desde la primera mirada, las fotografías del siglo XIX deben verse en su contexto histórico antes que artístico. Así, en fin, no deja de ser sintomático que mientras los hijos de Cristián Enrique Valck perseveran disciplinadamente en el oficio del padre, el hijo de su contemporáneo William Helsby, Alfredo, opta por las libertades de la pintura, y de la pintura impresionista en particular.
Más allá de la documentación y del arte, el hojeo libre y pausado de las imágenes que conponen este libro nos traslada en el tiempo hacia mundos que finalmente sólo podemos imaginar. La historia que los consigna y los nombres que identifican a sus protagonistas igualmente anónimos ante nuestros ojos de hoy –que suponen más que constatan lo que ven–, no pueden sustraernos de una leyenda cuyos leves visos de realidad sólo contribuyen a la nostalgia por un pasado que sabemos irreversible. Esos rostros hieráticos de mirada fija y pose dirigida representan a otros como quizás nosotros pudimos ser pero no fuimos, y así seguramente alguien en un siglo más nos verá en saturado multicolor con la misma ternura con que hoy nosotros vemos el desvaído sepia de los Valck. Porque el tiempo y su imagen no suelen distar mucho entre sí, al punto que no resulta extraño aquel comentario de un joven adolescente a su padre, confesándole que durante toda su infancia supuso que en los tiempos de aquél la vida y el mundo eran en blanco y negro, como las fotos y los filmes antiguos que había visto de niño, y que en un determinado momento mágico había irrumpido el color, justo cuando él había nacido.

Mario Fonseca
Santiago, julio 2005