fotogratuita

Imagen bajada de la red: el nuevo "rectángulo en la mano", citando a Sergio Larraín

Charla dictada en el Centro de Extensión de la Universidad Católica de Chile


Con el término "fotogratuita" me refiero a una nueva fotografía sin costo material ni intelectual significativo, según los parámetros tradicionales del mercado y la producción, y, en especial, según los presupuestos estéticos y conceptuales hoy vigentes para esta manifestación. Se trata acá, en todo caso, de lanzar algunas hipótesis a propósito de su incursión sorpresiva pero arrolladora en paralelo a las artes visuales y la fotografía en particular. En todo caso, este comentario tiene bastante que ver con mis intereses artísticos actuales, pues alude a lo que podría ser un nuevo ámbito de mi fotografía –en parte ya lo es–, pero me ha parecido pertinente referirme a él porque también es de interés para la fotografía contemporánea y todavía, me parece, no ha sido abordado críticamente. Esta lectura tampoco lo hará, pero sí perfilará algunos de sus principales énfasis, siempre desde un plano tentativo en lo teórico y experimental a partir de mi trabajo reciente.

Hay pistas, atractivas en mi opinión, que se han venido abriendo desde la aparición de esa combinación de las nuevas tecnologías y su vocación intransable por el mercado, lo que las ha hecho sumamente accesibles (escribí buena parte de este texto en un adminículo que también incluye una cámara de 2 megapixeles, por ejemplo). Y es evidente que estos nuevos medios están generando nuevos lenguajes, una nueva estética –por tocar nuestro tema–, pero, más aún, están abriendo canales a artistas inéditos, de estos que los medios ya tradicionales –incluyendo la instalación, el video y la fotografía operada desde el arte– jamás habrían cautivado. Y hablo aquí no sólo como autor, sino como crítico y como curador independiente.

Imágenes bajadas de la red

La sola revisión de los "avatares", esa acepción neológica de retrato o autorretrato identificatorio en los chats y blogs, nos muestra un nuevo modo de representar(se). El ángulo de la autofoto ejercita las posibilidades de media esfera de puntos de toma, donde es el brazo y ya no el cuerpo el pivote del enfoque, enfoque que tampoco es ya el que asumíamos antes, pues el ojo en la autofoto no está más detrás del lente, el ojo no está más, sencillamente, ni detrás ni antes de nada, sino sólo después, para constatar el resultado y eventualmente repetir –pero más bien reinventar– la toma, si ésta no fue satisfactoria. Las oportunidades son prácticamente infinitas, ya sabemos, pues la capacidad de eliminación/almacenaje de las nuevas cámaras digitales es inagotable.

El siguiente campo referencial es la toma del otro y de lo otro. Aquí las posibilidades incrementan la libertad del documentador, que puede ejercer sin la más mínima inhibición los sesgos e intervenciones de la realidad objetiva que se le antojen. No es que se lo proponga –muchas veces, lo que se propone es registrar cabalmente a alguien, o un objeto o un acontecimiento–, pero ya el lenguaje digital portátil de su cámara desmistificada ha permeado en su método de encuadre y enfoque, y el resultado es antes expresivo que objetivo. El documentador se acostumbra a ello, y ello puede convertirse en un estilo, su estilo. Esto ocurre principalmente en el ámbito más espontáneo de los jóvenes "indocumentados" (como se alude García Márquez en su juventud) y sus celulares baratos aunque escalables. Aquí margino a una suerte de arribismo "profesional" que aspira a emular los resultados de las cámaras de alto rendimiento, con la excepción honrosa de quienes no por ello transan en las temáticas informales y eventualmente contestatarias de la fotogratuita.





Imágenes bajadas de la red

El perímetro de la fotogratuita limita así con el nivel subprofesional del mercado de los celulares estándar actuales, con cámaras de 2 a 3 megapixeles de resolución, y con el de las cámaras digitales económicas de lente fijo, cuya capacidad no pasa de los 5 megapixeles. Es lo que hoy tiene ‘todo el mundo’ y que, por cierto, va ver incrementada progresivamente su calidad sin subir de precio, pero a estas alturas, creo yo, sin perder tampoco la impronta de una corriente expresiva propia. Por otra parte, la fotogratuita alude también a los extremos de las películas análogas, a sus imágenes veladas y descartadas, y a ese gran ámbito productivo de toda índole de equipos y soportes que circunscribo como “foto involuntaria”. La construcción de este perímetro multiangular proviene de mi observación del medio pero también, en buena parte, de mi proceso autoral de los dos últimos años.

Luego de dejar de emplear fotografías de mi autoría tras la muestra “La última imagen” en la galería AFA, a inicios de 2007, en la que insinué cuatro imágenes en cajas de luz puestas contra la pared y emití grabaciones en que los sujetos involucrados en ellas comentaban ya sea su retrato, su cuerpo, su paisaje o sus objetos fotografiados, con mucho más prodigalidad que la que podían ofrecer las propias imágenes, empecé a ocupar fotografías de otros. En un primer caso, más bien aislado, y en función de una obra cuya temática me interesaba pero que me habría sido imposible fotografiar, pues los hechos involucrados habían ocurrido en el pasado, solicité las fotografías pertinentes a sus autores. Esto fue en mi participación en la muestra “636 – Seis ríos Tres países Seis artistas” en el Museo de Arte Contemporáneo, a mediados del año pasado. Pero luego pasé a dejar que fueran las imágenes las que empezaran a llegar, sin proponerme nada.

Aparecieron entonces varias de mis propios archivos, descartadas por ser, justamente, tomas “involuntarias”: disparos al azar que, en varios casos, no recuerdo ni cuándo ni dónde ocurrieron. En la preparación con Andrea Jösch de una charla sobre la fotografía en Chile, ella me mostró los primeros trabajos del joven fotógrafo Christian Maturana, las “colas” descartadas de películas análogas, que me llamaron mucho la atención, así como todo su trabajo hasta la fecha. Por último, de un modo tan espontáneo como iluminador, vi hace unos meses una imagen tomada por otra persona y quise profundamente haberla tomado yo, y entonces, simplemente, la adopté como mía. Esta práctica, que vengo haciendo desde esa vez, me llevó muy pronto a detenerme en las imágenes de celulares y semejantes, al percibir en ellas un atractivo igualmente poderoso para mí.


Foto de P. V. - Mario Fonseca, 2008 (arriba); Foto de N. N. - Mario Fonseca, 2008

Ha sido después de pasar por estas experiencias que he podido iniciar el estudio de la convergencia de las fuentes que integran el cuerpo de imágenes “fotogratuitas”, descubriendo en ellas atributos estéticos y conceptuales inéditos, así como artistas inéditos, como mencioné al comienzo. Se trata aquí de encontrar –encontrar, no descubrir– un espacio expresivo no reconocido pero plenamente vigente; de llegar, a través de la lectura perseverante y sistemática de la evolución del arte durante las últimas cuatro décadas –algo más o menos cumplido por todos los presentes, seguramente– a una manifestación que nos aguarda indiferente e impertérrita a la vuelta de la esquina (esto es, ni siquiera nos aguarda: está allí a la vista, si nos permitimos llegar a esa esquina), e incorporarnos con nuestra conspicua lectura a sus expresiones. Por una vía impensada para nosotros, y quizás también para quienes la abrieron, la accesibilidad tecnológica, la proliferación de las imágenes y el gregarismo virtual que caracteriza a las generaciones recientes, ha permitido que los nuevos protagonismos emocionales se plasmen en imágenes hasta hace poco inconcebibles por nuestros parámetros intelectuales.

No sé siquiera si los ejemplos de Basquiat y los graffiteros neoyorkinos de los ’80 nos servirían para ilustrar estos casos de generación paracultural de cuerpos de arte. Aquí, en la fotogratuita, la práctica es menos propositiva, menos ideologizada, incluso menos contestataria; es independiente en sus ideas y autónoma en su operación, y ha venido constituyendo sus referentes a partir de un conjunto de medios que le ha permitido excluirse del propio establishment proveedor para generar, sobre la marcha, en la manipulación de sus equipos y particularmente en su obturación ilimitada, un lenguaje afín y viable para los estímulos impensados que primero partió tentando, que luego confirmó, que hizo suyos después y que, finalmente, intercambia con sus pares.





Imágenes bajadas de la red

Aunque probablemente a estos nuevos artistas poco les importa serlo y menos ser denominados como tales, lo cierto es que han abierto un nuevo campo expresivo en el cual el pensamiento, si es que se asoma, está relegado a un segundo plano –algo que para mí es esencial–, abriendo o reabriendo a la vez espacios vigentes para la foto descartada, para la "foto involuntaria", para la foto del "autómata" incluso, aunque más limitada, y asimismo para la foto anónima de hoy por hoy. Son las imágenes del "no fotógrafo" quien, empleando como medio exclusivo la fotografía, despliega una vanguardia no menor en el devenir de las artes visuales. O, cuando menos, revuelve las aguas y le abre nuevas vías a los artistas visuales.

Hay dos aspectos pendientes de revisar en medio de estas ocurrencias, relacionados entre sí, referidos a la exhibición, el coleccionismo y el museo. Nuestra inveterada ausencia de formación escolar seria de arte a lo largo de las dos décadas que fueron de 1970 a 1990, dejó, como sabemos, una generación discapacitada en todos los estamentos de nuestra sociedad, lo que se manifiesta con más evidencia en la sobreoferta de arte y artistas y la mínima correspondencia en asistencia de público, difusión cultural y crítica solventes, y, por cierto, financiamiento y adquisición de obras. Ello ha afectado sobremanera a la fotografía autoral, más aún al sumársele en el periodo una producción esencialmente documental de la Unidad Popular y la Dictadura, donde la temática se impuso al autor, distanciando aún más a un mercado timorato por desconocimiento. En este contexto, la fotogratuita sólo puede empeorar las cosas, como lo hicieron, entrando en las artes visuales, las vanguardias recientes, y ello al menos hasta que se consolide una generación más capacitada en el mercado.

A esto debemos agregar la dificultad de producir copias de exhibición y de adquisición de estas imágenes fotogratuitas, cuyos archivos, por lo general, son eliminados una vez subidos a la red, donde, por razones técnicas, suelen llegar en baja resolución. No obstante, aunque tal vez involuntariamente, esta aparente falencia no deja de ser congruente con el sentido esencial de la gratuidad de la fotogratuita, para el sistema establecido y sus canales circunscritos a una tangibilidad frustrada.

Mario Fonseca
Santiago, enero de 2009