Fotografía en Chile, a 20 años del fin de la dictadura


Versión original del texto publicado el 22 de mayo de 2010 en el diario La Tercera bajo el título apócrifo "El imperio del Yo" y reducido a 321 palabras de las 763 originales


A mediados del siglo XX se vive en Chile una actividad fotográfica claramente desarrollada. Atrás van quedando los primeros autores comprometidos con su oficio, como Georges Sauré, que en acto radical quema todos su negativos, incluyendo la emblemática figura de Neruda joven envuelto en una capa. La fotografía social cobra cuerpo con la industrialización del país, teniendo en Antonio Quintana su exponente más pleno. Paralelo a él corre Alfredo Molina La Hitte y sus retratos de la farándula, que enriquece con experimentos cargados de humor que hoy nos asombran por su dominio técnico. En otro extremo, Gertrudis de Moses interviene también sus imágenes en el laboratorio, produciendo composiciones que dan cuenta de la reivindicación de la mujer. El retratista Jorge Opazo aporta una acabada iluminación en estudio de políticos y damas de la alta sociedad, en tanto Marcos Chamudes se concentra en retratos en exteriores de personajes de la cultura y las artes. Surge entonces Sergio Larraín, quizás el autor más importante de su época, registrando temas tan diversos como la vida en Valparaíso, los niños que pernoctan bajo los puentes, o, inscrito en la agencia Magnum, las vicisitudes de la guerra civil en Argelia o de la mafia en Sicilia. Nuevos fotógrafos como Bob Borowicz combinan en los '60 la fotografía personal con la foto de moda y la foto publicitaria, hasta que llega el gran paréntesis eminentemente documental de 1970 a 1990, que registra el gobierno de la Unidad Popular y Salvador Allende, y luego los ominosos años de la dictadura militar.

Los 17 años de la represión dictatorial abrieron un espacio relevante a la fotografía periodística y, dadas las circunstancias, concentraron en el frente de la disidencia a los principales autores de esa época, con grandes instantes obtenidos por los hermanos Alejandro y Álvaro Hoppe, Claudio Pérez, Marcelo Montecinos, Héctor López, Helen Hughes, Kena Lorenzini y tantos otros. Siempre en el campo documental, desarrollaron también imágenes agudas Paz Errázuriz, Leonora Vicuña, Claudio Bertoni, Luis Poirot y Luis Weinstein, nuevamente entre otros, registrando la vida cotidiana en las estribaciones de la marginalidad social e institucional del periodo. La gran mayoría de estos autores sigue produciendo una obra sensible, por lo general manteniendo los mismos supuestos conceptuales y formales que los identificaron desde un comienzo.


A veinte años del retorno de la democracia el panorama de la fotografía en nuestro país es significativamente amplio, diverso y muy atractivo por esta misma suerte de entropía virtuosa. La apertura hacia una fotografía autoral de libre albedrío fue surgiendo en los '90 en coincidencia con dos factores relevantes a nivel internacional: el desplazamiento de las artes visuales hacia la fotografía y el desarrollo y accesibilidad de las nuevas tecnologías digitales de registro y reproducción de la imagen. El nuevo contexto se vuelve propicio para la expresión personal, que bien puede ocuparse de lo social pero incorporando un punto de vista más individual que antaño. Mariana Matthews, quien documentó desde Valdivia los territorios patrimoniales y culturales de la X Región, decide empezar a documentar su imaginación, desarrollando una obra multiforme de largo aliento. Enrique Zamudio, en el otro extremo, incursiona experimentalmente en la fotografía desde las artes visuales, mientras en Valparaíso, a partir de 1992, autores también surgidos de las artes visuales como Paola Caroca, Guisela Munita, Jorge Gronemeyer o Alonso Yáñez, adoptan la fotografía como medio y despliegan propuestas que siguen evolucionando hasta hoy. En Santiago emergen fotógrafos artistas como Andrea Jösch, César Scotti o Andrea de Simone, los cuales rompen directamente las fronteras expresivas que sus contemporáneos intentan sortear.

Gracias en parte a todos ellos, el nuevo siglo recibe de lleno la incursión renovadora de autores como Ricardo Portugueis, Zaida González, Paloma Villalobos, Cristián Maturana o Sachiyo Nishimura, quienes pronto instalan con solvencia sus individualidades inquietantes, en tanto fotógrafos como Rodrigo Gómez-Rovira, Andrés Figueroa, Lorenzo Moscia o Tomás Munita revitalizan el lenguaje documental, en el cual persevera con vigente intensidad Jorge Brantmayer. En los extramuros de la capital, Fabiola Narváez en Puerto Montt, Verónica Soto en Valdivia y Fernando Melo en Concepción contrapesan asertivamente nuestro inveterado centralismo.


Las proyecciones de la fotografía contemporánea en Chile son muy auspiciosas dada la originalidad y calidad de nuevos autores como Margarita Dittborn y Antonia Cruz, así como por la visión de instituciones como el área de fotografía del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, que ha asumido tareas indispensables para consolidar este medio expresivo. Queda pendiente la conformación de un coleccionismo calificado y estable, gestión que efectúan tímidamente las galerías de arte con la notable excepción de Animal y AFA, modelos a seguir y multiplicar.

Mario Fonseca
Santiago, mayo de 2010