Disquisiciones sobre un cadáver exquisito





Detalles de la instalación "Statu Quo"


Texto para el catálogo de la exposición "Statu Quo" de Teresa Aninat & Catalina Swinburn en la sala CCU, Santiago


Las tecnologías de hoy –en rigor, desde hace unas tres décadas– permitirían fabricar una cámara fotográfica convencional del tamaño de una moneda, mas no lo han hecho porque nuestras manos serían incapaces de operarla. A su vez, leer lo publicado a la fecha en internet le tomaría a una persona unos 60 mil años sin interrupciones. Con tanta información, discernir sólo la que nos podría ser útil es cada vez más difícil, pues a diferencia del diseño de las cámaras fotográficas, el volumen de esta información no toma en cuenta nuestra capacidad física, intelectual y emocional de operarla. Entre parámetros semejantes como estos dos elegidos casi al azar para ilustrar los medios y los contenidos, corre la tierra de nadie de nuestras vidas cotidianas (parámetros cuyo control, por cierto, detentan las voluntades que dominan los contextos respectivos a su arbitrio, sustentando su dominación en una vaga percepción del ejercicio del poder a través de espejos recíprocos que articulan con sus pares).


Cuando hacia 1925 un grupo de artistas surrealistas concibieron el juego del cadáver exquisito[1] probablemente intuyeron que aportaban un modelo tan lúdico e impertinente como serio y pertinente de los tiempos que se venían encima. El ejercicio de ir sumando palabras de generación espontánea para completar frases arbitrarias es a la vez una manifestación de libertad creativa como de fe ciega en el azar, el que construye así una realidad otra, si no una nueva realidad, pero en la cual sus componentes son tan evidentes y tangibles como los que integran la realidad convencional, la cual, en reciprocidad, se torna artificial como la de un cadavre exquis. Más bien, ambas revelan que son un invento. En este sentido, no deja de llamar la atención que la aparición de este juego coincida con los descubrimientos en física cuántica de Werner Heisenberg y la enunciación de su Principio de incertidumbre, el cual, entre otros aspectos, afirma que la sola observación de un objeto afecta al objeto, de modo que nunca podremos saber cómo es dicho objeto en realidad. La percepción de la realidad sería entonces la realidad, y esta percepción se forma por una combinación de creencias, pensamientos y emociones.


A partir de Heisenberg y sus estudios de las partículas elementales (algunas de las cuales pueden avanzar o retroceder en el tiempo, a su antojo), surge una revolución cultural que se está desplegando cada vez más en la actualidad, indicándonos que lo que vemos y, más aún, lo que vivimos, no es sino una construcción de lo que creemos, pensamos y sentimos. En el documental What a Bleep Do We Know[2] un científico asume que, cuando llegaron las carabelas de Colón a las costas de la Hispaniola, los nativos no las vieron pues no podían concebir su existencia, por más que observaran movimientos extraños en las aguas. Fue la intervención –e interpretación– de un chamán lo que les permitió incorporar las naves y sus tripulantes a su realidad.


Un modo accesible de explorar estas disquisiciones es prestar atención a los sueños, ya no desde un punto de vista freudiano sino más directamente, atendiendo a los escenarios, personajes y experiencias que se nos aparecen en ellos. Vemos lugares tan desconocidos como perfectos en sus detalles, y del mismo modo interactuamos indistintamente con personas tanto ignotas como habituales en nuestras vidas. Habiéndose comprobado que nuestro cerebro es capaz de reaccionar del mismo modo frente a un objeto real o uno imaginario siempre que haya una emoción asociada (lo cual reduciría a una sola categoría lo real y lo imaginario), no es difícil inferir que lo que vivimos con más conciencia puede ser otra realidad más como las que accedemos en la subconciencia, siendo el sueño el facilitador de esos atisbos a nuestras vidas paralelas. "Somos el sueño de otro", intuía Borges; quizás somos el sueño de nosotros mismos.


Luego de siete años de una consistente trayectoria centrada en el tema de la Memoria, el colectivo integrado por Teresa Aninat y Catalina Swinburn emprende una incursión experimental en el tema de los estímulos externos de la información y los espacios interiores para percibirla y eventualmente incorporarla. La obra en la cual trabajan, Statu quo, no bifurca vínculos con sus obras previas, si bien alude a la conformación de la Memoria más que a su preservación y confrontación crítica. En un gesto de ofrenda, con sus palmas extendidas, las autoras entregan señales sintéticas del devenir contemporáneo en la forma de frases rasgadas de sus soportes originales, los diarios de la prensa mundial. El acto ocurre sobre almohadas que refieren al descanso del destinatario de cada frase. Sin ser un presente griego dada su evidencia, el obsequio es no obstante exigente para el receptor, a quien se le da la opción de cada noche de sueño: meditar sobre su frase o dormirse y olvidarla.


En su concepción, Statu quo remonta la constitución de la Memoria al acudir a la consignación de ciertos actos esencialmente sociales, y en consecuencia culturales y políticos, intentando aproximarnos a sus orígenes y con ello a sus causas. El proceso que podemos seguir es distinto al de trabajos anteriores como En Memoria (2002), Since 11.09. (2007) o el más reciente Lugares comunes (2008, al cual Statu quo se podría asemejar formalmente), en cuanto es más pesquisativo que evocativo al citar primordialmente lo que está ocurriendo (y sobre lo cual podríamos actuar) y no lo que ya aconteció (que sólo podemos recordar). Por más que sean apenas tres o cuatro palabras, las frases y su proveniencia de la prensa diaria ejercen una perentoriedad insoslayable que nos conmina cuando menos a asumir la existencia de lo que aluden, aunque después no queramos saber más de ello. Por lo general, el primer efecto de cada lectura es una suerte de déjà vu, pues aunque no hayamos leído antes la frase el hecho de haber sido extraída de un diario nos hace presuponer que la conocemos, lo cual es una evidencia más de la poca atención que prestamos a lo que ocurre. Esta capacidad interpelativa no sólo respecto a los acontecimientos en sí sino a nuestra prescindencia inveterada de ellos, es lo que le da una dimensión proactiva a Statu quo, que surge desde la inquietud cargada de urgencia de sus autoras por dilucidar más radicalmente los procesos de la Memoria y el olvido, aislando esta vez el pasado y el futuro para intentar encontrar la clave en el presente.


La ‘casa de los sueños’ de Aninat & Swinburn puede revertirse de este modo en un espacio de vigilia donde el presente inquiere por las causas y el sentido de las frases en cada almohada antes de permitir el descanso. Mas esta inquisición es presentada en forma de ofrenda sobre unas manos dispuestas a su vez a acomodar las cabezas en la meditación de sus respectivas citas, o así parece. ¿Será ello apenas una sutil contradicción que nos indica la buena fe subyacente en la formulación de las preguntas implícitas en cada frase, cuya respuesta no sólo va liberar sino hacer más plácido y meritorio el descanso retenido, tal como soslayarlas o ignorarlas llevará inevitablemente a un sueño inquieto y turbado? O, por el contrario, ¿no será éste el mausoleo vivo de una sociedad caduca condenada a permanecer insomne por el resto de los tiempos en atención a su incapacidad de asumir los actos que consigna e implica, frase a frase, un epitafio interminable?


La respuesta a esta disyuntiva, que alguna vez estuvo inscrita en la pared o soplando en el viento, hoy parece eludirnos en la inmovilidad insondable del Statu quo. Pero no es que no exista esa respuesta, sino que las preguntas pertinentes no son las formuladas, ni –como podremos intuir paulatinamente– nunca lo fueron, pues no corresponden a un juego cuyas reglas implican la ubicuidad de nuestra percepción de la realidad.


Intentar un cadáver exquisito tomando frases como UNA FOTO PERDIDA / PIDIERA LA RENUNCIA / CONTRA LA POBREZA / ENTRE SIRVIENTA Y PATRONA / SIN PRINCIPIOS se aproximaría al ingenio de los quebrantahuesos de Nicanor Parra de los 60, mas no traspasaría el muro de la inmovilidad desde sus limitaciones unidimensionales. De hecho, un cadáver exquisito es un ejercicio multidimensional en cuanto sus autores no conocen las frases que preceden y suceden a las suyas, a la manera de los recortes que Aninat & Swinburn obtienen de diarios al azar y cuyo contexto se va a la picadora de papeles, tal como el contexto de la frase de un autor se atomiza en los intersticios de su mente. El atractivo, entonces, de un cadáver exquisito, es la simultaneidad de la concurrencia de distintas mentes a la construcción de un texto en un orden arbitrario determinado espontáneamente, y la constitución de este texto unitario a partir de dicha diversidad. El cadáver exquisito se erige así en un paradigma de la realidad desde las distintas realidades convocadas –aquí– lúdicamente, dando luces sobre la factibilidad de convivir en una sola realidad a la vez paralela y diversa.


Al sumar a la posibilidad de comprender e internalizar esta realidad polivalente la constatación desde la física cuántica de que la realidad es la percepción de la realidad que cada uno pueda tener, se abre un nuevo estado de las cosas en que a fin de cuentas cada uno estaría interviniendo esa realidad percibida, desde una combinación de sus creencias, pensamientos y emociones. De tal modo que todo lo que percibimos, todo lo que nos sucede, es finalmente algo que nosotros mismos generamos. Como cuando Heráclito afirma "el carácter es el destino", nuestra vida es nuestra percepción de nuestra vida y esta percepción la inducimos nosotros. Comprender esto podría derivar en un fatalismo a tratar con psicoanálisis, mas, por el contrario, en cuanto implica que tenemos la capacidad de alterar la realidad que nosotros conformamos, puede augurar instancias de amplitud de entendimiento, modificación de conductas y superación de conflictos. Este proceso proactivo se multiplica y disemina al confirmar que cada uno no sólo percibe una realidad determinada (por él mismo), sino que son muchas y distintas las realidades que puede estar percibiendo a la vez, como inferimos a partir de nuestros sueños. Las distintas percepciones de la realidad que experimentamos en estos sueños nos ilustran tanto sobre la factibilidad como la relatividad de cada una de ellas.


En Statu quo Teresa Aninat y Catalina Swinburn rescatan de la picadora frases que "…invitan al espectador a pensar sobre la memoria, sobre la información y su significado real y no real, sobre su decodificación, su subjetividad…", como señalan en la entrevista con Catalina Mena, y no parece ser una coincidencia fortuita que esta invitación la hagan a través del sueño, disponiendo sus manos receptivas para acomodar el descanso de nuestra mente en cada almohada. Así, al recorrer su instalación y leer cada una de las frases colocadas sobre cada almohada, debemos sentirnos invitados a posar nuestra cabeza en todas ellas para soñar las distintas realidades que podemos percibir a través del sueño. La ‘casa de los sueños’ ya no sería entonces un lugar para deambular aislados e insomnes, sino el espacio donde cada uno puede dormir y soñar a la vez las distintas realidades que percibe y de este modo entender la multidimensionalidad del cadáver exquisito que se desglosa en nuestra mente, y del cual somos el mismo y único jugador. Únicamente de esta manera podremos aprehender toda la información que hoy apabulla nuestra capacidad de comprensión, desvirtuar las pretensiones vacuas de los organismos de poder, y asumir el dominio de una realidad polisémica que sólo nosotros podemos percibir y que, en consecuencia, sólo nosotros podemos controlar.


Mario Fonseca

Santiago, enero de 2010



[1] Juego adaptado en que los participantes escriben por turno en una hoja de papel, la cual doblan tapando lo que han escrito antes de pasarla al siguiente jugador. Se atribuyen los primeros juegos a Marcel Duhamel, Jacques Prévert, Yves Tanguy, André Breton, Benjamin Peret y Pierre Reverdy, efectuados en la casa que compartían los tres primeros, siendo la primera frase surgida "Le cadavre - exquis - boira - le vin - nouveau" (El cadáver - exquisito - beberá - el vino - nuevo), de la cual derivó el nombre.

[2] concebido por William Amtz y codirigido con Betsy Chasse y Mark Vicente, 2004.