De la Reina consorte y su prima-hijastra la Infanta


Texto para el catálogo de la exposición de pinturas de Lourdes Naveillán en la Universidad de Talca

¿De dónde vienen las mujeres de cabellos alados de Lourdes Naveillán? ¿De dónde sus peinados, quizás sombreros –pero no, antes cabellos que tocas? ¿De dónde esos vestidos de ajustado talle y ancha falda que magnifican sus caderas? ¿De dónde gozosas, coloridas, saltarinas, giratorias? ¿De dónde su alegría –de dónde el dolor? Son estas mujeres la marca de nacimiento de sus pinturas, la impronta de su mano; son la forma y su color, el fondo y su figura, la escena y su personaje, son el sello de agua, la rúbrica y de nuevo el primer trazo de sus obras. Son el alfa y el omega de Lourdes Naveillán: ¿de dónde, entonces?


Una especulación me lleva a las historias de gloria y desdicha de las mujeres de los Austrias, desde María Ana de Baviera y sus seis hijos y nueve hijas, una de ellas Margarita de Austria, madre de Felipe IV y abuela de su segunda esposa, Mariana de Austria, y a su vez abuela de la infanta María Teresa, hija de éste y su primera esposa, así como también abuela del futuro esposo de ella, Luis XIV... Los rasgos de estos Habsburgo se transmiten de María Ana a Margarita a Felipe y a la infanta María Teresa, y en paralelo a Mariana, la segunda reina consorte, al punto que los retratos que Velázquez les hace a ambas tienden a confundirse –sólo cuatro años las separan en edad–, como se confunden entre sí las figuras voladoras de Lourdes Naveillán. El vestido que multiplica nuestra pintora marcaba la moda en la corte de Felipe IV, cuyas damas aceptaron estoicas el aparatoso verdugado interior que extiende ostentosamente la falda, el rígido cartón de pecho que entiesa el busto, y los chapines de altísima suela de corcho que elevan la estatura, confrontando tanto las críticas de Alonso de Carranza por ser un traje “lascivo, deshonesto y ocasionado a pecar", como las quejas de Francisco de Quevedo porque “nuestros sentidos están en ayunas de lo que es mujer y ahítos de lo que parecen… Si las abrazas, aprietas tablillas y abollas cartones; si las acuestas contigo, la mitad dejas debajo de la cama con los chapines”. Así también sus peinados liberan el ensortijado cabello de la estirpe austríaca y lo levantan sujeto con nudos de encaje, atusado por delante y con sendas caídas de rizados a los lados del rostro, cual pintó Velázquez a la infanta y a su prima-madrastra. Serían estas siluetas entonces las que remonta Lourdes Naveiilán, para desplegarlas tres siglos y medio después en sus multicolores pinturas.


Mas, ¿cómo estos trajes de talle apretado y estructura enrevesada y estos cabellos de pesadas dimensiones, cómo estas envolturas constreñidas del 1600 que dominan los desplazamientos de una mujer o la fijan como objeto decorativo, pueden convertirse de pronto en un gesto de soltura y libertad, de solaz y de festejo? Asombran las pinturas de Lourdes Naveillán por su intensidad lúdica, pero antes sorprende el giro que le da a un género por siglos dependiente, particularmente aquí tras las doradas rejas de la última corte del Siglo de Oro, desmitificando su vestidura arquetípica para hacer de ella un signo del entusiasmo de ser mujer. Porque las pinturas de esta artista son una celebración de la plenitud femenina en sus afectos de grupo, de clan afín en el devenir diario del encuentro, la conversación, el consejo mutuo, la alegría de la buena nueva, el juego compartido. No obstante, ninguna figura parece prescindir de su drama íntimo, el que a veces emerge con mayor evidencia desde el tratamiento pictórico, de la actitud o de la pose, pero sin excesos de infidencia porque –a pesar de tanta intensidad– nada es acá estridente.


La urdiembre del proceso, la confección de cada cuadro, es también una fiesta de trazos enfáticos, manchas liberadas, colores agolpados en rutilantes vitrinas de ilusión, de texturas, líneas, grafismos, palabras y nombres sueltos aunque precisos. Más aún, la artista profundiza esta vez en su experimentación con las posibilidades de la superficie, incorporando siluetas en madera e impresiones digitales, relieves con los cuales estimula una lectura táctil que se suma a la del plano y el horizonte para enriquecer la percepción de sus obras. Esta nueva densidad en las pinturas de Lourdes Naveillán va más allá de una feliz coincidencia de su vehemencia expresiva con su madurez técnica; incorpora a sus amadas mujeres a las vicisitudes del mundo contemporáneo, a la vez que recupera para tan nobles damas parte de su raigambre velada por la inclemencia del tiempo.

Mario Fonseca
Santiago, noviembre de 2009