Texto para el catálogo de la exposición de Alain Tergny en galería Stuart, dicembre 2011
Alain
Tergny nació en 1944 en Saintes, en Charente Maritime, Francia. Su formación
como escultor privilegió la madera, pero pronto se vio inmerso en la eclosión
del arte cinético en París, adonde convergieron entre otros los venezolanos
Cruz-Diez y Soto, el argentino Le Parc y el húngaro Vasarely. De 1970 a 1973
participó en los salones anuales de Escultura Joven de París, así como en el
salón de Nuevas Realidades (1972), ocupando principalmente el acrílico
transparente pero asimismo la madera lacada o el metal pintado. Luego Tergny se
dedicó por treinta años a diseñar lámparas y sistemas de iluminación de gran
originalidad y sofisticación. En 2004 volvió a la escultura, retomando la línea
de trabajo con materiales transparentes que hoy titula Pliegues de Luz. • Si bien desde 1970
hasta hoy su obra ha sido abstracta y reconoce como punto de partida los
dibujos de volumen virtual de Josef Albers, también lo influyeron
emocionalmente las perspectivas de Giorgio de Chirico y el "imperio de las
luces" de René Magritte. Son estas influencias las que abren distancia
entre la obra de Tergny y otras manifestaciones del arte cinético u óptico de
entonces y de hoy, pues en cada recorrido de sus piezas, en cada vericueto de
estos laberintos que desafían la percepción, se hace tangible una profunda
sensibilidad espiritual y no sólo el virtuosismo en los conjuros a la física.
Alain Tergny domina a voluntad las tecnologías de los materiales y los sistemas
de iluminación que ocupa en sus esculturas, convirtiendo lo opaco en translúcido
y lo translúcido en rutilante, mas una mirada sensible podrá percibir la poesía
inmanente en cada trazo, en cada quiebre. • Los Pliegues de Luz son
metáforas de la realidad por cuyos planos o líneas nos deslizamos en la vida
pero de pronto la pauta se bifurca y nuestra elección puede ser una u otra u
otra de manera que no nos queda más que darle sitio al azar y bajar una
pendiente o ascender una vertical intentando convencernos de que la decisión
fue correcta aunque dudando si todo no es sino un juego de ilusiones donde la
fe apenas provee un punto de quiebre que facilita continuar por un momento con
cierta convicción hasta que de súbito una arista irradia y se abre un moiré en
que un color sobre el otro desencadenan las infinitas gamas traslúcidas de sus
combinaciones sumergiéndonos en aquella ensoñación de que el blanco es la suma
de todos los colores y sí, sí, podemos afirmar que es así porque por un instante el alma se nos
llena de luz. • Mario Fonseca • Santiago octubre 2011