El peso de una línea



Esculturas de Marcela Correa, 2002 (arriba) y 2003

Un año antes de esta muestra, Marcela Correa (1963) presentó en la misma galería Animal donde hoy expone sus rocas, un grupo de dibujos aéreos en madera de espino trazados a partir de los vericuetos de alambres abandonados, de dibujos de línea continua de Paul Klee, y principalmente a partir de los dibujos de su pequeño hijo Tristán, entonces de tres años. Estas esculturas sinuosas y gráciles colgadas del cielo dialogaban con otras sobre el suelo, hechas de largas planchas curvas ensambladas formando una suerte de tubos ondulados, también de madera de espino. El aire discurría a través de estos perímetros virtuales, entrando y saliendo por los atormentados escorzos de las raíces aéreas o de las cortezas en reposo, y como en aquel aforismo zen que dice que ocupamos una jarra por su ausencia, eran estos vacíos de las esculturas de Correa los que completaban su sentido y les conferían su trascendencia.

Las seis rocas de granito que componen la muestra actual, con pesos que van de dos a ocho toneladas, continúan el diálogo de Marcela Correa con la materia, el espacio y ese gesto que urge su mano y confirma aquello de que los grandes escultores son eximios dibujantes. Porque las incisiones y perforaciones –o líneas y puntos– que efectúa sobre estas enormes esferas siguen siendo dibujos, trazados en el envés de vacíos que, como los hoyos negros del Universo, están constituidos esta vez por materia de densidad inconmensurable. Las intervenciones son precisas, derechas, perfectamente perpendiculares a las imperfecciones de las grandes rocas que no obstante su peso se posan con gracia, ya sea sobre el piso del interior o sobre los descansos de cemento en el exterior de la galería. Tal liviandad paradójica es otra virtud del dibujo, de los calados que la autora realizó en cada piedra, no para introducirles luz sino para producir sombra y así imprimirles las líneas y los puntos que las elevan en el aire con soltura y elegancia.

Desde sus primeras obras, más evidentes, la evolución de Marcela Correa ha avanzado en dirección introspectiva, recogiéndose hacia un lenguaje cada vez más esencial cuya riqueza ya no está en confrontar materiales ni demandarles responsabilidades preestablecidas, sino en redimirlos en su identidad e invitarlos a reintegrarse al entorno portando los mensajes que sugiere su esencia más que su apariencia. Los alcances de este lenguaje son tan diversos como imprevistos, como la línea nerviosa de un dibujo que un año desborda el espacio y al siguiente sostiene en un trazo el volumen de una roca.


Publicado el 23.05.03. en la revista El Sábado del diario El Mercurio