Piedras cruzadas




Texto para la instalación "Piedras cruzadas" de Teresa Gazitúa, galería Animal, Santiago

Teresa Gazitúa, artista visual de sólida trayectoria en el grabado, ha desarrollado en los últimos años un consistente trabajo a partir de la recolección desde la naturaleza de elementos diversos, particularmente piedras, que luego interviene para exhibirlos en su nueva identidad. Un primer antecedente de esta evolución se manifiesta en Sus palmas están a la vista, trabajo gráfico y volumétrico realizado a partir de los surcos de sus manos y presentado en 1999 en la galería Artespacio. Ese mismo año, Gazitúa se traslada a vivir a Pirque, adonde inicia la recolección de cantos rodados desde las orillas de los ríos Maipo y Clarillo. El proceso natural de irlos marcando para luego recogerlos, así como las huellas que estas piedras dejan en la arena al ser retiradas, van construyendo un lenguaje formal que culmina en la instalación titulada Primera música del río, presentada en 2002 en el Museo Cabildo de Montevideo, y la que incluía moldes en papel hecho a mano de las piedras marcadas.

La instalación Piedras cruzadas refresca en nosotros un sinnúmero de interpretaciones desde la quietud en que éstas reposan sobre las incisiones del cemento del patio de Animal. Lo compulsivo del acto de marcar con una cruz es inherente al hombre en sus procesos intelectuales y políticos, cuando fija las coordenadas de sus territorios o señala sus objetivos, incluso en la mira de un fusil. La cruz nos acompaña desde nuestros inicios como especie cognosciente y no es azaroso que se haya convertido en signo de suma y totalidad, a partir de la intersección de lo terreno –horizontal– con lo divino –vertical–. Más aún, desde Occidente la cruz de Cristo pronto superó su identificación como instrumento romano de tortura y muerte lenta para delincuentes, trastocándose en símbolo universal de paz y conciencia social, más allá de las deformaciones que haya producido su uso institucional. En la intimidad espiritual, por su parte, la inscripción de la cruz cristiana santifica lo que marca, lo redime en la tierra en tanto lo proyecta al cielo.

La representación espacial de la cruz sólo alcanza su plenitud cuando es intersectada a su vez por el tiempo, y esto es válido en todas las instancias en que sus coordenadas pretenden ser determinantes, en la física o en la metafísica. Así por ejemplo, mientras la cruz sobre una tumba señala pasivamente el lugar donde yace el cuerpo de alguien encomendado a lo divino, es sobre la animita donde ésta alude al momento de la eventual transmutación de dicho cuerpo en espíritu, al precisar el lugar en que este intercambio habría acontecido. Salvo para la civilización occidental, que lo aísla en su proyección tridimensional de la realidad, el tiempo es indisoluble del espacio e integra una percepción cuadridimensional de la realidad en todas las culturas previas o no contaminadas por Occidente. En su instalación Piedras cruzadas, Teresa Gazitúa sugiere elegantemente el factor del tiempo y, al hacerlo, proyecta su obra más allá de una simple ocupación espacial.


Las piedras recolectadas de la orilla del río fueron primero marcadas con tiza y luego cruzadas perpendicularmente con incisiones profundas. Una a una fueron alineadas después formando una gran cruz sobre los surcos centrales que atraviesan el damero de pastelones del patio de Animal. En una acción previa, Teresa Gazitúa escaneó sus piedras cruzadas produciendo imágenes digitales que imprimió en autoadhesivo transparente, pegado a su vez sobre acrílico, y las que colocó también en el patio junto a las piedras. Con estos elementos, la instalación Piedras cruzadas quedó resuelta en lo espacial. Sin embargo, a través de un mecanismo impredecible que se desarrolla durante el transcurso del día, las impresiones condensan la humedad ambiental saturando con gotas de densidad variable el perímetro de la piedra, la incisión interna y el entorno restante de la imagen.


Teresa Gazitúa completa de este modo una obra en las cuatro dimensiones, convocando al tiempo a ilustrar piedras de formación milenaria con efímeras gotas que se recogen o se expanden según los grados de temperatura del momento. Con esta intervención completa también el ciclo del agua, que partió rodando las piedras en el río y ahora las adorna con sus gotas en el patio. Por último, el tiempo convocado por la artista, lúdico y evidente, juega a su vez con el tiempo solemne e imperceptible de las propias piedras y sus heridas, en lento proceso de cicatrización.


Santiago, julio de 2003