Como el vino


Hace varios años, a comienzos de los '90, el director de un destacado concurso mundial de vinos comentó en Santiago que había pedido que le sirvieran en su hotel un vino chileno que venía de probar en Europa y, para su sorpresa, a pesar de portar la misma etiqueta, el vino era bastante inferior. La explicación a medias que le dieron fue que como el consumidor local no sabía mucho de vinos, las mejores partidas se destinaban al incipiente mercado internacional. El especialista señaló entonces que ningún país podía aspirar a tener un lugar relevante en el contexto vitivinícola mundial si su propia nación no se convertía en consumidora calificada de vinos. Chile ha avanzado simultáneamente en ambos aspectos, con los resultados positivos que todos conocemos.


En materia de arte contemporáneo, en cambio, existe una manifiesta dislocación entre la calidad de la producción, sustancial y competitiva internacionalmente, y los conocimientos del consumidor local, muy limitados cuando no inexistentes. Con más de 40 exposiciones mensuales de arte contemporáneo sólo en Santiago, la indiferencia que disfraza ese desconocimiento y el temor consecuente a pasar vergüenzas necesitan ser superados prontamente, más aún cuando Chile se ha embarcado en una Trienal de Arte para fines de año. La mayoría de los artistas que menos se "entienden" son justamente los mejor catalogados en el mercado mundial, con Alfredo Jaar en el lugar 251 de 2008 (www.artfacts.net), Eugenio Dittborn en el 1.515, el joven Cristóbal Lehyt (35 años, comentado la semana pasada) en el 3.759, Gonzalo Díaz en el 4.460, y Arturo Duclos en el 5.047, en tanto nuestros siempre bien ponderados Bororo o Gonzalo Cienfuegos, por ejemplo, no superan la cota 24.000. Los artistas jóvenes, por cierto, siguen las tendencias vigentes que identifican a los primeros. Estas son comparaciones que vale la pena hacerse al plantear estrategias de difusión –claves en toda gestión emprendedora– para el arte, al menos si se pretende ser consecuente con la inserción de Chile en los parámetros mundiales, donde la cultura y el arte son factores estructurales, no ornamentales o acomodables al desconocimiento de algunas elites. El mundo desarrollado lo entendió así en los albores de la revolución industrial cuando, hacia 1742, David Hume afirmó "dificulto que una nación sea capaz de hilar a la perfección si ignora astronomía".

Fotografía: Jorge Brantmayer

El Sábado 553 – Arte 362
15.04.09. (para publicar el 25.04.09.)