Tres apuntes sobre el hiperrealismo abstracto de Francisco Morán






Texto para la exposición "Phantasmata" de Francisco Morán, galería Animal, Santiago

Prescindiendo de las fuentes y los mecanismos técnicos que ocupa Francisco Morán, salvo saber que sus materiales son pintura acrílica y resinas, y que sus efectos críticos son imposibles de reproducir por medio de la fotografía, podemos atenernos a expresar que sus obras sobrecogen profundamente desde su materialidad. Luego de confundir nuestra percepción, producen un vuelco emocional inédito en el campo exclusivo de la pintura abstracta, el del color y la forma sin contenido objetivo alguno. Tales efectos, cuyas connotaciones involucran el cuestionamiento de lo que hoy entendemos como realidad, la ficción del arte, y el devenir de la pintura misma, llevan a tentar la denominación de hiperrealismo abstracto para la obra de Morán, nombre tan contradictorio como literal al identificar sus manifestaciones visuales y los resultados sensibles que ellas producen.


La percepción de la obra de Francisco Morán excede los discursos, pues involucra lo visualmente intangible, que flota a la deriva en el inefable espesor del soporte. Es desconcertante cómo sólo esos pocos milímetros de resina pueden darnos alguna pista sobre los acertijos que emergen desde la profundidad insondable del color subyacente, seduciendo la mirada en sus desplazamientos virtuales. No obstante aparecer detenidos en algún punto de sus trayectos, las pulsiones de estos significantes sin significado los movilizan hasta nuestras pupilas, las que atraviesan para quedar nuevamente suspendidos en el humor vítreo que media entre éstas y nuestras retinas. De modo que, así, vemos en una pintura de Morán lo que sucede en nuestros propios ojos cuando vemos una pintura de Morán: una percepción pura que supera su descripción al constituirse ella misma en la descripción.

En una instancia dada, debiera ser posible hacer un corte en el flujo del universo y observar el destino de lo que es. Sabríamos entonces, cuando menos, las diferencias entre el protagonista y el observador sugeridas por la física cuántica, y quizás entenderíamos que lo irrevocable no es sino una ficción irrevocable. Ello nos permitiría eventualmente reírnos de la realidad, pero más bien comprender que vemos lo que queremos ver y que, si bien así lo que vemos no es (todo) lo que hay, sí tenemos la posibilidad de inventar lo demás y que ello podría ser real aunque no lo veamos. Es como cuando empezamos a imaginar qué hay al otro lado de las manchas de una pintura de Francisco Morán, de las que siguen hacia el fondo y las que vienen detrás nuestro, y entendemos que lo que sea que haya es real, aunque no lo veamos.

Mario Fonseca
Mayo 2008 - Junio 2009