Daphne Anastassiou y la pintura


Texto para el catálogo de la exposición "Agapi" de Daphne Anastassiou, galería Artespacio, Santiago


La pintura es convertir el plano de la tela en horizonte; es por lo tanto una ficción. Desde el realismo más estricto hasta el abstraccionismo monocromático, el propósito del pintor parece ser consignar un fragmento del Universo en una superficie bidimensional. Por más que no lo logre, su intento es ése; es esa sola posibilidad la que moviliza sus esfuerzos, sus aptitudes, su vocación. Más aún, desde antiguo, la impronta en el muro ha sido la interfaz con lo desconocido –fuera ominoso o auspicioso–, el conjuro de los espíritus, el gesto de trascendencia. La pintura ha sido la huella de aquello que pudo ser en el pasado tanto como la huella de lo que podría ser en el futuro, ambas marcadas siempre en un mismo momento, el presente. Pintar es el presente de todo lo posible, sea imaginado o tangible, y en tanto el presente es constrictor del tiempo, el soporte de la pintura sólo puede ser bidimensional, pues debe congelar volúmenes y desplazamientos para indicarlos. Circunscribir la pintura al presente, esto es, al presente del artista, otorga una libertad infinita en la aprehensión del Universo.


La pintura de Daphne Anastassiou puede ser vista desde estos parámetros; es más, los planteamientos precedentes surgen de un recorrido por su pintura. Sus cuadros están insertos en un periodo único de poco más de diez años, sin mayores antecedentes salvo una atracción permanente hacia el arte. Atracción que la lleva a seguir un taller de desarrollo personal impartido a través de la expresión plástica, y el cual termina por dar paso a su vocación latente. De pronto, el transcurso del tiempo en Daphne Anastassiou se detiene en un punto del presente y se expande irrefrenable en todas las direcciones de un plano sin perímetro sobre el cual ella no cesa de pintar. Consciente del estado de suspensión momentánea de la eternidad, la artista abre un diálogo con los instantes que la conforman y por los cuales fluyen las constantes y los imponderables del cosmos. La sabiduría le indica que nada urge y que incluso una sola respuesta podría integrar todas las demás, pero el intercambio es generoso y las obras se suceden una tras otra. Los colores hacen evidente esta persistencia y esta intensidad.


Para registrar el devenir del Universo el plano de la tela debe hacerse transparente. La densidad que vemos en las piezas de Daphne Anastassiou la constituye la sucesión de incursiones que han pasado a través del soporte impregnándolo de memorias y promesas, sobre las cuales la artista trazará más tarde el perfil de sus protagonistas. Son manchas gestuales cuya materialidad varía indistintamente del empaste a la aguada integrando las texturas y transparencias a la elección de los pigmentos, en un proceso que denota una rica improvisación: la libertad del caos como clave del orden fractal subyacente. Al convocar el cosmos, el Universo, no hay un modo establecido de pintar. La virtud de la artista es haber estado dispuesta en el momento cabal para incidir en los siete puntos cardinales, cuyo umbral sólo se hace perceptible en un instante dado, único, y cuyas orientaciones pueden prolongarse por un segundo o por los diez, once años o más que lleva siguiéndolas, para caducar también súbitamente, en otro momento en el cual ella esté dispuesta por igual. Daphne Anastassiou pinta entonces, visto desde el lado de acá, como si hubiese pintado siempre, si bien en un sólo presente, y sus obras muestran las inflexiones propias de los énfasis de cada diálogo y, en especial, de cada interlocutor.

No sabemos quiénes intercambian signos o palabras con la pintora; ella tampoco, pues no es de su interés mayor saberlo: son los trazos de ellos los que le importan, el color de sus gestos, el espesor de sus voces, el silencio que sigue. Es esto lo que traslada a la superficie plana de sus telas para explayar los vastos horizontes, los elevados cielos o los sinuosos periplos que tales diálogos van conformando, erigiendo los escenarios donde vendrán a expresarse los interlocutores que sí importan acá, que somos nosotros, tú, yo, ella misma, unos pocos a veces, muchos las otras ocasiones. Es entonces cuando la artista toma el lápiz y hiende estas superficies de colores insondables para asignarnos un lugar en el tiempo, para desarrollar finalmente la ficción de la pintura, estableciendo desde el presente el pasado y el futuro, desplegando desde el plano bidimensional el espacio y el movimiento. Surgen así los personajes, surgimos todos fluyendo hacia el infinito, recibiendo la lluvia del cosmos, restableciendo el intercambio tangible con el Universo.


Hubo un momento en que Daphne Anastassiou quiso nos dedicáramos al nombre de esta muestra y pesquisamos el griego de sus orígenes. Surgieron términos como éctesis –profesión de fe–, diánoia –intuición de los principios últimos–, o ataraxia –tranquilidad del alma–, pero finalmente ella eligió la palabra que resumía a la vez que proyectaba todos sus propósitos: agapi, amor.

Mario Fonseca
Santiago, octubre 2009